Historias de Washington - La planta número 10
- latrebetes
- 10 feb 2015
- 4 Min. de lectura
Por el décimo aniversario de boda mi marido me regaló un viaje a Norte América. El viaje consistía en llegar a Nueva York y luego en autobús hacíamos un recorrido de dos semanas, subíamos hasta Canadá y bajábamos hasta Washington pasando por varias ciudades.

Cuando llegamos a Washington ya estábamos un poco cansados. El viaje había sido muy bonito y cada noche habíamos dormido en un hotel distinto, en una planta distinta y una habitación distinta. Como ya llevábamos tiempo con el grupo con el que íbamos nos hicimos muy amigos de una señora que iba sola llamada Pilar (encantadora, por cierto).

Íbamos a todos sitios juntos. Llegamos al hotel y nos tenían programada una visita a la ciudad. Cuando volvimos hacia bastante calor y por supuesto estábamos deseando llegar a nuestras habitaciones. Pilar estaba en nuestra misma planta, la décima.

Cuando cogimos el ascensor subíamos varios del grupo y entablamos conversación con una señora. Íbamos hablando y cuando el ascensor se paró descubrimos que se había parado en la planta número 11. Así que nos quedamos en el ascensor, creyendo que no le habíamos dado al botón correcto.
La señora iba acompañada de una amiga y vio cómo se bajaba en dicha planta. Su amiga le insistió en que se bajara y ella le dijo que no, que estaba en la misma planta que nosotros. Al cerrarse las puertas volvimos a pulsar el botón a la décima. Ante nuestra sorpresa se paró en la planta número nueve. Pensamos que había algún problema con el ascensor y volvimos a dar a la planta número diez. El ascensor fue a la planta número once. Así que cansados y con menos risitas (tal vez un poco enfadados) decidimos ir a protestar a recepción.
Bajamos y tuvimos suerte de que la recepcionista hablaba español (puesto que ninguno de nosotros hablaba el inglés suficiente como para hacerse entender). Le dijimos que había un problema con el ascensor y que no paraba en la planta número diez. Ella llamo a mantenimiento del hotel y nos confirmó que efectivamente NO PARABA en la planta número diez, así que si queríamos ir a nuestras habitaciones tendríamos que ir a la planta número once y bajar por la escalera de servicio. Y así lo hicimos.
Cuál no sería nuestra sorpresa cuando al llegar a la planta número diez, el hall (muy amplio por cierto) estaba lleno de colchones apilados unos encima de otros y la moqueta levantada. Las paredes con manchas blancas. No salíamos de nuestro asombro, por la mañana habíamos salido de una planta perfectamente acondicionada y les comenté a mi marido y a Pilar…”Como trabajan estos americanos de rápido” Yo no salía de mi asombro… Y me decía… “Claro… No nos esperaban tan pronto” Pero como habían sido tan rápidos destruyendo también lo serían construyendo y al final del día nos tendrían preparadas las habitaciones.
Pilar lo miraba todo con ojos de absoluta extrañeza y con lo habladora que era no dijo una palabra. La señora, ya un poco compungida, empezó a gemir tal vez a sollozar como diciendo…¿y ahora qué?
A pesar de todo, pensamos que seguramente nuestras habitaciones sí estarían acondicionadas, así que nos fuimos hacia ellas. Cuál no sería nuestra sorpresa (una segunda vez) cuando no pudimos si quiera introducir la llave. Ahí los cuatro frente a la puerta de nuestra habitación nos mirábamos los unos a los otros con cara de absoluta incomprensión. Así que decidimos bajar a recepción a plantear una queja formal y a que nos dieran unas nuevas habitaciones.
Atontados, en lugar de bajar a la planta nueve y coger el ascensor, nos bajamos las diez plantas por la escalera de servicio (ante el asombro de un pobre hombre que estaba fregando al escalera y nos miraba con cara de… ¿y estos que hacen aquí…?)
Bajando, bajando y BAJANDO bajamos hasta las catacumbas del hotel. Llegamos a una estancia completamente oscura (por eso me ahorro la descripción) con luces de emergencia y dos puertas batientes al fondo con ojos de buey iluminadas.
En ese momento salía un cocinero con un gorro de los grandes. La señora compungida, al verlo salir, estiró los brazos y en tono de lamento empezó a gritar “PLEASE PLEASE PLEASE!!!” Pilar, que ya había perdido los nervios, la siguió gritando “¡QUE ESTAMOS AQUIII QUE ESTAMOS AQUIII!” mientras Carlos y yo acelerábamos el paso para intentar interceptarlo y que nos atendiera. Cuando el pobre hombre vio salir a cuatro personas corriendo hacia él CUAL ZOMBIS… dio un respingo y echó a correr hacia la cocina.
Nosotros intentamos seguirle pero al ver que no había nadie buscamos la manera de salir de allí y caminando hacia la luz conseguimos volver a recepción.
La amable señorita que ya no nos recibió tan amablemente, nos preguntó qué deseábamos los señores y le explicamos lo que había pasado. Ella demostrando tener un sólo cerebro que funcionaba (en compensación por los cuatro nuestros) miró en el registro y nos dijo sonriente que nuestras habitaciones se hallaban en la planta número ONCE y que estaba claro que la numero diez debía estar en obras, aunque ella no tenía constancia. Así que nos dirigimos al ascensor. Carlos, Pilar y yo conteniendo la risa, la señora compungida llorando.
Cuando llegamos por fin a nuestra planta la señora compungida salió corriendo a su habitación (que por cierto, no lo he dicho antes, compartía con la señora que le preguntó insistentemente al comienzo de esta historia si se bajaba ella también)
Nos quedamos solos en el hall y de repente estallamos en carcajadas hasta el punto de que a Pilar se le escaparon unas gotitas. Estábamos tronchados de la risa.
Acompañamos a Pilar a su habitación y luego Carlos y yo nos fuimos a la nuestra sin parar de reír hasta el punto de caérsenos los lagrimones. A eso de las 12 de la noche nos despertamos los dos riéndonos sin parar.

Hoy en día todavía nos reímos al recordar nuestras caras y lo absurdo de habernos obcecado en la planta número 10.
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