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Historias de Shanghai - Mi hija mediana

  • Foto del escritor: latrebetes
    latrebetes
  • 6 mar 2015
  • 4 Min. de lectura

Mi hija mediana, que estaba estudiando arquitectura y bellas artes y que terminó el año pasado (aleluya aleluya notas musicales de fondo), nos invitó a ayudarla a traer sus muchas cosas tras finalizar el año en Tongji (Universidad de intercambio en Shanghai).

Como agradecimiento nos tenía preparados unos viajes cortos para que conociéramos los alrededores de Shanghai, entre ellos uno a una ciudad que no estaba muy lejos (bueno, a 300km). Había que ir en tren de alta velocidad para hacer la visita en el día. Íbamos con un amigo de mi hija que nos ayudaría con el idioma.

Cuando llegamos al lugar, estaba acordonado por las fuerzas de seguridad chinas porque a un alto dignatario del país no se le había ocurrido otra cosa que ir ese mismo día (por sorpresa) en el que nosotros hacíamos nuestra visita turística. Nos quedamos sin poder ver la ciudad y decidimos que los aledaños serían más bonitos (cosa en la que no nos equivocamos).

Fuimos a un parque precioso y decidimos comer por ahí. Tras visitar varios restaurantes del montón, cerrados por la visita gubernamental y con el estómago haciéndonos ruidos a todos, nos paramos en un restaurante campestre. Era una casita estilo típico chino. Los patos, gansos y gallinas (listos para ser comidos) estaban en la entrada dándonos su recibimiento y mirándonos con cara recelosa. Justo a un lado había una charca llena de...... flores de loto, lo que atrajo toda mi atención.

La familia que regentaba el restaurante era sumamente agradable y amistosa y nos ofreció lo mejor que tenían, un comedor a modo de reservado. Me encantó la comida, fue muy rica como experiencia, era muy sabrosa y estaba muy bien preparada, comida casera china.

Cuando fui al "cuarto de baño" (en futuro explicaré el porqué de las comillas), atravesando varios patios, me volví a encontrar con la charca y decidí pedirles una planta (mi obsesión). Ellos me dijeron que si, cosa que me alegro. Volví con mi grupo, que ya había terminado de comer, y los tenía la mar de relajaitos. Entonces entró uno de los miembros de la familia que nos atendía con un ramo de flores de loto que me dejó impresionada por su belleza y olor pero decepcionada porque no tenían las raíces.

Les di las gracias e intenté darles una propina por el detalle, se quedaron atónitos. El amigo de mi hija me dijo que ellos lo habían hecho de corazón y que los estaba ofendiendo, lo que hizo que me pusiera colorada (cosa que no pasa muy a menudo dada mi edad). Se lo agradecí, intentando explicarles que no era mi intención ofenderles y nos fuimos.

Parte II

Íbamos camino a un templo budista de la zona en un taxi cuando de repente vi un pequeño lago lleno de flores de loto. Solté un grito que debió ser excesivo, porque el taxista se quedó agarrado al volante como si le fuéramos a matar y el resto del grupo se despertó horrorizado (ya que iban todos dormidos después de la comilona y varios licores. No quiero acusar a nadie). Cuando volvieron en sí me hice entender (puesto que ninguno sabía exactamente qué era lo que había me pasado).

Les obligue a parar en una especie de autopista para más asombro del taxista. Nos bajamos mi hija y yo porque los hombres se negaron (ya sabéis como son, les parecía una tontería) y nos dirigimos a la charca con intención de coger las famosas raíces de la planta.

No pudimos coger ninguna a pesar de que tiramos con todas nuestras fuerzas, pensé que mi hija era muy joven para morir. Volví al coche cariacontecida. Todos (y en eso incluyo al taxista) me miraban con cara de “no es para tanto” y además como queriéndome decir "estás loca".

Seguimos nuestro camino en un silencio mortal. No porque estuvieran dormidos, sino porque tenían miedo de volver a despertar en similares circunstancias (y su corazón no daba para tanto).

Parte III

El templo budista era muy acogedor. Tenía una tetería (o casi) y una tienda de regalos. Me fui a verla y acabe haciéndome fotos con todos los que pasaban por ahí. Les gustan mucho las fotos con los occidentales y les parecemos una raza fascinante (yo les comentaría que no es para tanto ni con mucho). Volví con mi familia sintiéndome una estrella, porque además le decían a mi hija y su amigo (que entienden chino) que era muy guapa (hecho que me hizo crecer unos diez centímetros ¡¡por lo menos!!).

Se nos hacía tarde para volver al tren y decidimos coger un tuc tuc (triciclo taxi chino). Regateamos el precio con el conductor que al mismo tiempo era el motor, el freno, la dirección... Cuando llegamos a un acuerdo él nos presentó a otro conductor porque todos no cabíamos en uno.

Nos pusimos en marcha, mi hija muy tranquila (que es lo que es muy muy muy tranquila), su amigo histérico (porque al día siguiente cogía un avión para volver a su país y veía que perdíamos el tren y teníamos que pasar la noche allí y no llegaba).

Para gran sorpresa nuestra nos llevaron a un centro comercial en lugar de llevarnos a la estación de tren como habíamos acordado (a lo poco que yo sé de chino). Nos decían que no seguían porque estaba muy lejos la estación de tren y pesábamos demasiado. Como no teníamos tiempo para discutir, les pagamos a regañadientes y cogimos un taxi al que no le parecía que pesáramos tanto.

Llegamos a la estación. El amigo de mi hija corriendo y nosotros más despacio. Mi hija nos estaba explicando en ese preciso momento (no lo podía dejar para cuando hubiéramos subido al tren) qué había pasado con nuestro transporte humano.

¡¡Legamos a tiempo!! Nos sentamos y el amigo empezó a respirar. No nos habíamos dado cuenta que estaba sin hacerlo, hacia al menos diez minutos ( ¡¡qué capacidad torácica¡¡ y corriendo…)

A mí me pareció un viaje encantador lleno de sorpresas maravillosas. A mi marido y al amigo no se lo pareció tanto. Mi hija se unía a mí en su manera de sentir ¡¡Somos distintos!! de eso no me cupo la menor duda.

 
 
 

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